He terminado de leer El príncipe negro, de Iris Murdoch. Estas cosas uno las ha pensado, pero no se ha atrevido a decirlas y menos a escribirlas, principalmente porque no sabía cómo hacerlo, o si de algunas de éllas era posible hablar. Afortunadamente, una vez más, alguien ya lo había hecho antes, y por supuesto mucho mejor de lo que uno sería capaz. Este hábito de utilizar las palabras de otros para explicar cualquier cosa empieza a parecer pereza pedante. Cito:
La simple tontería puede resultar atractiva en una mujer. Yo, claro, me sentí atraído.
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Acogemos las catástrofes de nuestros amigos con un placer que realmente no excluye la amistad. Ello obedece en parte, aunque no del todo, a que nos complace sentirnos calificados de auxiliadores. La catástrofe inesperada e incongruente resulta especialmente estimulante.
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El soltero suele suponer ingenuamente que todos los matrimonios son felices a menos que demuestren lo contrario.
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No somos jóvenes y no somos tontos. No habrá ningún lío, salvo el que Arnold pueda causar. Pero ha nacido un nuevo mundo que es tuyo y es mío. Siempre habrá un lugar donde podremos estar juntos. Necesito amor, necesito amar a más personas, te necesito a ti para amarte. Desde luego que quiero que correspondas a mi amor, pero incluso eso es menos importante, y lo que hagamos no tiene la mayor importancia. El mero hecho de cogerte la mano es maravilloso y hace que la sangre me hierva otra vez. Al fin suceden cosas, estoy evolucionando, cambiando, piensa en todo lo sucedido desde ayer... He estado muerta durante años y sintiéndome desgraciada y muy encerrada en mí misma. Creí que a él iba a serle fiel hasta la muerte, y claro que lo seré y que le amo, de eso no cabe duda, pero al amarle me parecía estar dentro de una caja, y ahora estoy fuera de ella. ¿Sabes lo que creo?, pues que de manera accidental hemos dado con la clave de la perfecta felicidad. De todos modos, sospecho que no se puede ser feliz hasta haber rebasado los cuarenta. No habrá drama, ya lo verás. Nada cambiará, excepto las cosas profundas. Seré siempre la esposa de Arnold. Y tú puedes escribir tu libro y estar solo y todo lo que quieras. Pero ambos tendremos un recurso, nos tendremos mutuamente, será un vínculo eterno, como un voto religioso, eso nos salvará, si me dejas que te ame.
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Quizá no sea muy galante yacer vestido, con los zapatos puestos, junto a una mujer desnuda y jadeante [...]. Me parecía estar fuera, viéndome como un cuadro, un hombre maduro vestido con un traje oscuro y una corbata azul, tendido junto a una señora sonrosada, desnuda, con forma de pera.
-Bradley, desnúdate.
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Fue interesante para mí comprobar que deseaba besar a Rachel, que deseaba, después de un intervalo considerable, besar a una determinada mujer. Eso era parte de mi emoción ante la idea de desempeñar un papel nuevo. Sin embargo, al besarla, no abrigaba la menor intención de ir más lejos. Lo que sucedió después no fue más que un embrollo involuntario. Claro está que no me desentendí de él, y hasta supuse que podía tener graves consecuencias. Como efectivamente las tuvo.
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Hay dos mujeres, una a la que amo y otra a la que no puedo abandonar. Por supuesto que quiero a Rachel. Pero desgraciadamente, se da el caso de que llegamos a cansarnos de alguien. Nuestro matrimonio es un hecho, pero está muy desgastado, exhausto, temo que el espíritu lo haya abandonado para siempre. Esto lo veo ahora con toda claridad. No existe ya un vínculo profundo y estimulante. Hace tiempo que el amor verdadero lo busco en otra parte, y mi afecto por Rachel se ha hecho algo tan habitual que casi parece fingido. Sin embargo, seguiré con ella, seguiré con las dos, porque debo hacerlo, dejar a una de ellas sería algo así como morir, de modo que será como lo que debe ser, y eso está claro. Y si ello significa tener dos domicilios, pues significa tener dos domicilios. No seré el primer hombre que lo hace [...]. Sé que, en el plano afectivo, puedo conservarlas a ambas. (¿Por qué hemos de pensar que sólo puede distribuirse una limitada cantidad de amor?) La primera fase será la más difícil. Me refiero a ponerlo en marcha. Después, el hábito aplacará los ánimos. Las tendré a las dos y les daré amor. Ya sé que esta forma de hablar te escandaliza. (En realidad, no es difícil escandalizarte.) Pero, créeme, esto es algo que veo con gran claridad y pureza, no se trata de nada "romántico" o "sucio". Y no creo que sea sencillo, pero es necesario.
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Entonces la tomé firmemente por los hombros y la besé con cuidado en los labios. Hay momentos de paraíso que valen un milenio en el infierno, o así puede parecérnoslo, sólo que no siempre se es plenamente consciente de ello en el momento en cuestión. Yo era plenamente consciente. Sabía que aunque a aquello le siguiera la destrucción del mundo, habría valido la pena. Me había imaginado besando a Julian, pero no había prefigurado esa concentrada intensidad de puro gozo, esa repentina presión candente y arrebatada de los labios sobre los labios, de un ser sobre otro ser.
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Cuando las personas te necesitan, hay que andarse con mucha prudencia, y no tuve la suficiente. Me temo que esa es una de las injusticias que a veces cometen las personas casadas. Ofrecen a la gente su comprensión, o andan buscando comprensión, y luego corren a casa a contárselo todo al otro.